Liturgia y música

La trascendencia del canto dentro del culto católico.

Liturgia y música
Órgano de la Catedral del Buen Pastor (San Sebastián, España) / Cortesía: Wikimedia Commons

Es innegable que la música tiene un gran poder, desde la capacidad de elevar el alma del oyente a Dios hasta rebajarla a los más mundanos sentidos. Muchos Padres de la Iglesia han defendido el uso de cantos en la liturgia, como San Agustín:

«[...] Porque algunas veces me parece que doy más honra a aquellos tonos y voces de la que debía, por cuanto juzgo que aquellas palabras de la Sagrada Escritura más religiosa y fervorosamente excitan nuestras almas a piedad y devoción cantándose con aquella destreza y suavidad, que si se cantaran de otro modo, [...]» (Confes. X, 33,49).

Tra le sollecitudini

San Pío X, en el motu proprio Tra le sollecitudini, define la música sagrada como parte integrante de la liturgia solemne, que:

"Tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles. [...] Por consiguiente, la música sagrada debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, conviene a saber: la santidad y la bondad de las formas [...]. Debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes." (Tra le sollecitudini, I, 1-2)

Defiende el uso del canto gregoriano, que establece como el canto propio de la Iglesia romana. Así:

"Una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano. [...] Así pues, el antiguo canto gregoriano tradicional deberá restablecerse ampliamente en las solemnidades del culto; [...] Procúrese, especialmente, que el pueblo vuelva a adquirir la costumbre de usar del canto gregoriano, [...]" (Tra le sollecitudini, II, 3)

También se muestra favorable al uso de canto polifónico (en especial de la escuela de Giovanni Pierluigi Da Palestrina). Pide evitar las influencias de la música moderna, principalmente profana, en la composición de la música sagrada (Tra le sollecitudini, II, 4-5).

En cuanto a los instrumentos, permite el canto acompañado (no dominado) por el órgano, y prohibe el uso del piano y otros "instrumentos fragorososo ligeros", así como las bandas de música (Tra le sollecitudini, VI, 15-16.19-20).

San Pío X termina incidiendo en la necesidad de promover las llamadas Scholae Cantorum para la ejecución de la polifonía sagrada y de la buena música litúrgica (Tra le sollecitudini, VIII, 25.27).


Musicae Sacrae

Pío XII, en su encíclica Musicae Sacrae, reafirma lo ordenado por Pío X, recordando que "la música sacra no obedece a leyes y normas distintas de las que rigen en toda forma de arte religioso" (Musicae Sacrae, II, 5) y que "la dignidad y valor de la música sagrada serán tanto mayores cuanto más se acerquen al acto supremo del culto cristiano, el sacrificio eucarístico del altar" (Musicae Sacrae, II, 9). Así, aunque "también es muy de estimar aquel género de música que, aun no sirviendo principalmente para la liturgia sagrada, es, por su contenido y finalidad, de grande ayuda para la religión, y con toda razón lleva el nombre de música religiosa" (Musicae Sacrae, II, 10), la música litúrgica "debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, conviene a saber: la santidad y la bondad de las formas" (Tra le sollecitudini, I, 2; Musicae Sacrae, III, 12). Por tanto:

La música debe ser santa. Que nada admita —ni permita ni insinúe en las melodías con que es presentada— que sepa a profano. Santidad, a la que se ajusta, sobre todo, el canto gregoriano que, a lo largo de tantos siglos, se usa en la Iglesia, que con razón lo considera como patrimonio suyo. (Musicae Sacrae, III, 13)

Sacrosanctum Concilium

El Concilio Vaticano II, ampliamente desoído, defiende, en la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, la solemnidad de la liturgia debidamente cantada:

La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y en ellos intervienen ministros sagrados y el pueblo participa activamente. (Sacrosanctum Concilium, VI, 113)

Reconoce la primacía del canto gregoriano como el propio de la liturgia romana (SC, VI, 116), promueve la participación activa de los fieles mediante la formación de las Scholae Cantorum (SC, VI, 114) y apuesta por una sólida formación musical (SC, VI, 115), aunque defiende el fomento del canto religioso popular, teniendo en estima la tradición musical propia de cada región (SC, VI, 118-119).

De igual forma, tiene en gran estima al órgano de tubos, "cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales" (SC, VI, 120).


La realidad actual

Si bien todo lo expuesto es muy bonito, la realidad es que, salvo contadas excepciones, el canto gregoriano y el polifónico han caído en el olvido. Además, no es extraño escuchar composiciones que, si bien no son contrarias a la fe católica y al magisterio de la Iglesia, no son aptas para su uso litúrgico. En un futuro artículo ahondaré en este tema.

Termino recordando, ante la pasividad de muchos fieles, ante la actitud modernista y relativista del "todo está bien, qué más dará", lo que el propio Sacrosanctum Concilium recuerda:

"La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. [...] Impulsa a los fieles a que, saciados "con los sacramentos pascuales", sean "concordes en la piedad"; ruega a Dios que "conserven en su vida lo que recibieron en la fe", y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin." (Sacrosanctum Concilium, I, 10)

En la Liturgia celebramos los misterios de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo nuestro Señor. Por eso mismo, no podemos conformarnos con ofrecer al Señor cualquier mediocridad, sino que debemos darle lo mejor posible, que es lo que justamente le corresponde.