Las tres plenitudes de la Virgen María

San Alberto Magno y la Virgen María: revelando las tres plenitudes de la Madre de Dios

Las tres plenitudes de la Virgen María
Retablo de un altar lateral de la Catedral del Buen Pastor / Cortesía: Ander Díaz

Hace unos días, unas monjas dominicas de mi ciudad organizaron una oración para jóvenes a la que tuve la ocasión de acudir. Allí, el fraile que dirigió la oración nos habló acerca de las tres plenitudes de San Alberto Magno.

El destacado santo dominico, obispo y doctor de la Iglesia, predica acerca de tres tipos de plenitud: la del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene; y la de la fuente, que crea, retiene y da.

Tras nos días la idea con la idea rondando por mi cabeza y clasificando a la gente en base a este criterio, he acabado cayendo en la cuenta de que hay una persona (además de nuestro Señor, cabe aclarar) que posee todas las plenitudes: la Virgen María.


La Virgen María tiene la plenitud del vaso. Esto nos lo revela el arcángel San Gabriel:

El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. [...] No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.» (Lc 1, 28.30)

Ella es, ciertamente, la kejaritomene, la "llena de gracia". Es la Inmaculada, concebida sin mancha de pecado, en ella el Espíritu Santo campa a sus anchas. Ella fue provista de todos los dones de Dios desde el momento de su concepción. No en vano, en el rezo de las letanías lauretanas, la llamamos vas spirituale, vas honorabile y vas insigne devotionis.

Nuestra Señora también posee la plenitud del canal. León XIII nos dice que:

"El recurso que tenemos a María en la oración se sigue del oficio que ella desempeña continuamente junto al trono de Dios como Mediadora de la gracia divina." (Iucunda Semper Expectatione, 2)

Además, la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium afirma lo siguiente:

Esta maternidad de María en la economía de gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. (LG, 62)

Y todo esto sin olvidar el episodio de la boda de Caná (Jn 2, 1-11), cuando María se da cuenta de que falta vino y acude a su Hijo, y Este provee de vino a los invitados. Nosotros podemos obtener numerosas gracias a través de la María, nuestra Madre (Jn 19, 27).

Finalmente, podemos considerar que María Santísima goza también de la plenitud de la fuente, al ser Madre de Jesucristo:

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. (Jn 1, 16-17)

La gracia nos llega por medio de Jesucristo, nacido del seno virginal de la Inmaculada. De esta forma, Santa María es fuente gracia al ser Madre de Aquel por cuya plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia.


En conclusión, la figura de la Virgen María emerge como un excelso ejemplo de las tres plenitudes de San Alberto Magno: como el vaso lleno de gracia desde su Concepción Inmaculada, como el canal por el cual fluye la gracia divina hacia nosotros, y como la fuente de donde emana la gracia a través de su Maternidad Divina. Con esto, María Santísima, la kejaritomene, la mediadora de todas las gracias, nos muestra el camino hacia la plenitud en la unión con su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor.