El necesario traje de la gracia

El Señor nos invita a todos, buenos y malos, a su banquete; ¡pero nos pide que nos revistamos con el traje de su gracia antes de entrar!

El necesario traje de la gracia
Cortesía: Vytautas Markūnas SDB / Cathopic

Nuestra fe es una fe encarnada. Una palabra de Dios Todopoderoso recibida que, si es acogida, tiene el poder de recrearnos, transformándonos de esclavos en libres, pasándonos de la muerte a la vida. 

Debemos unirnos esponsalmente a Cristo en la cruz, pero este acto no se limita a la muerte física que todos enfrentamos; es un proceso diario de renunciar al mundo, resistir las tentaciones del demonio y vencer las debilidades de la carne.

Afirmar que uno puede "participar de la mesa de Dios y de la de los demonios" (cf. 1 Corintios 10,21) debido a circunstancias particulares, negando la posibilidad de la conversión, implica blasfemar contra el Espíritu Santo y negar la gracia obtenida por Cristo en la cruz, y despreciar la omnipotencia divina, cayendo en errores más propios de nuestros hermanos separados.

La confesión regular, incluso cuando no tengamos conciencia de pecados mortales, nos permite recibir un aumento de gracia que nos fortalece y nos protege de caer en el pecado. También nos proporciona una mayor comprensión de lo que puede estar oculto en nuestra vida, lo que nos permite eliminar más profundamente las raíces del mal que nos afectan.

Cuando comulgamos en estado de gracia, nos transformamos cada vez más en "Aquello que tomamos" en la Eucaristía, permitiendo que Cristo nos guíe y fortalezca. Oremos también por aquellos por los que recae el anatema proclamado en la Sagrada Escritura por "anunciar un evangelio diferente" (cf. Gálatas 1,8).

El Señor nos invita a todos, buenos y malos, a su banquete; ¡pero nos pide que nos revistamos con el traje de su gracia antes de entrar!