Amar hasta derramar sangre: la esencia del martirio en la vida cristiana

Siguiendo los pasos del Amor mediante la entrega total del cristiano.

Amar hasta derramar sangre: la esencia del martirio en la vida cristiana
Cortesía K. Mitch Hodge / Unsplash
"Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie […]. Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo […]. Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir."

- Carta de San Ignacio de Antioquía a los romanos

La relación de los primeros cristianos con el martirio es un fascinante testimonio de fe. San Ignacio de Antioquía, apresado y llevado a Roma para morir mártir (fue devorado por las bestias del Circo Máximo), escribió en este camino cartas de incalculable valor. Este Padre Apostólico, discípulo de figuras fundamentales como San Pedro, San Pablo y San Juan, nos deja un testimonio impactante de la relación de los primeros cristianos con el martirio. Curiosamente, el primer santo no mártir (sin contar a San Juan Apóstol, quien milagrosamente se salvó de morir en una vasija de aceite hirviendo) es San Silvestre I, de principios del siglo IV.

Y es que el martirio, lejos de ser temido, era considerado un honor. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13) define perfectamente la convicción de estos primeros seguidores de Cristo. Su deseo de entregar la vida se fundamentaba en el amor: "Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados, si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría" (1 Cor 13, 3). Es por esto que dar la vida por Cristo va más allá de un acto físico; implica una entrega profunda que refleje la comunión con el amor divino.


El camino del amor radical

El martirio no se limita a derramar sangre física, sino a una entrega total. "Si por Cristo no estamos dispuestos a morir para participar en su pasión, su vida no está en nosotros", nos recuerda Mons. Rouco Varela. Aunque quizá no enfrentemos la muerte física, la esencia del martirio consiste en no dejar que la defensa de nuestra propia vida limite nuestra entrega ya que, como decía Santa Teresa de Calcuta, "quien no vive para servir, no sirve para vivir".

La renuncia a la comodidad

"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará" (Mt 16, 24-25). Esta llamada de Jesús nos insta a no temer el sufrimiento y a no buscar una vida de comodidad. La verdadera felicidad se encuentra en una vida de servicio y entrega apasionada.

No buscamos apropiarnos, sino expropiarnos. Siguiendo los pasos de Jesucristo, entendemos que la entrega no se resigna ante los hechos, sino que los abraza con un amor infinito. Este enfoque, lejos de ser masoquista, busca la liberación de las cadenas del orgullo, la soberbia y la comodidad. Es dar muerte a nuestras inclinaciones egoístas para ganar la vida plena en Cristo.

Sufrimiento como medio de transformación

El cristianismo se revela como la religión del amor. El sufrimiento no es un fin en sí mismo, sino un medio para vaciarnos de nosotros mismos y llenarnos del amor de Dios. Las mortificaciones nos liberan para superar las inclinaciones negativas arraigadas en nosotros por el pecado original. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24).

San Pablo, en su carta a los Filipenses, expresa la esencia de esta transformación: "Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos." (Flp 3, 7-11). Se trata de darnos muerte para ganar la vida, de perderlo todo para ganar a Cristo.

Olvidarnos del contexto del sufrimiento sería quedarnos atascados en la Cruz e ignorar la gloriosa resurrección de Cristo Jesús. Seguimos al Resucitado, que nos asegura: "No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17-18). Celebramos este misterio pascual en la Santa Misa, descrito en la tercera Plegaria Eucarística como "el memorial de la pasión salvadora del Hijo de Dios, de su admirable resurrección, y ascensión al Cielo".


Como recuerdan los cristianos ortodoxos en su tropario pascual, "Cristo ha resucitado de entre los muertos, por la muerte pisoteando a la muerte, concediendo la vida". Enamorémonos, pues, cada día más del Resucitado, el único hombre que ha amado de forma radical y completa, que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

En palabras de San Juan Pablo II, "Lejos de Él solo hay oscuridad y muerte. Vosotros tenéis sed de vida. ¡De vida eterna! ¡De vida eterna! Buscadla y halladla en quien no solo da la vida, sino en quien es la Vida misma. [...] El amor vence siempre, como Cristo ha vencido. Aunque en ocasiones pueda parecernos impotente, el amor vence siempre, porque Dios siempre puede más".

Abracemos, pues, el camino del amor radical, inspirados por la entrega de Cristo y fortalecidos por la el testimonio de los santos mártires.